Por: J. Krishnamurti
Para la mayoría de nosotros, la relación con el otro se basa en la
dependencia ya sea económica o psicológica.
Esta dependencia crea temor, engendra en uno el afán posesivo, se
deriva en fricciones, recelos, frustración.
La dependencia económica respecto de otro tal vez pueda ser eliminada
mediante una legislación y una organización apropiadas, pero me estoy
refiriendo especialmente a esa dependencia psicológica que es el resultado del
anhelo de satisfacción personal, de felicidad, etc.
En esta relación posesiva, uno se siente enriquecido, creador y
activo; siente que la pequeña llamita propia se incrementa gracias al otro. A
fin de no verse privado de esta fuente de plenitud, uno teme perder al otro, y
así es como surgen los temores posesivos, con todos los problemas resultantes.
Por eso, en esta relación de dependencia psicológica, siempre tiene
que haber miedo consciente o inconsciente, sospechas que a menudo permanecen
ocultas tras el sonido de palabras agradables.
La reacción que produce este miedo nos lleva siempre a buscar
seguridad y enriquecimiento personal por diversos cauces, a aislarnos en ideas
e ideales, o buscar sustitutos para la satisfacción.
El complejo problema de la relación es cómo amar sin dependencia, sin
fricción ni conflicto, cómo vencer el deseo de aislarse, de apartarse de la
causa del conflicto. Si para nuestra felicidad dependemos de otro, de la
sociedad o del medio, estos factores se vuelven esenciales para nosotros, nos aferramos
a ellos y nos oponemos violentamente a cualquier alteración de los mismos,
porque dependemos psicológicamente de esos factores para nuestra seguridad y
nuestro bienestar.
Aunque intelectualmente podamos percibir que la vida es un proceso de
flujo continuo, de mutación que requiere constantes cambios, emocional o
sentimentalmente nos apegamos a los cómodos valores establecidos; en
consecuencia, hay una incesante batalla entre el cambio y el deseo de
permanencia. ¿Es posible poner fin a este conflicto? La vida no puede existir
sin relación, pero al basarla en el amor personal y posesivo, la hemos
convertido en algo angustioso y horrible. ¿Puede uno amar y, sin embargo, no
poseer? Ustedes encontrarán la verdadera respuesta no en los escapes, en los ideales
y las creencias, sino mediante la comprensión de las causas que llevan a la
dependencia y al afán posesivo.
Si pudiéramos comprender profundamente este problema de la relación
entre uno mismo y otro, entonces quizá comprenderíamos y resolveríamos los
problemas de nuestra relación con la sociedad, porque la sociedad no es sino la
extensión de nosotros mismos.
El medio que llamamos sociedad ha sido creado por las generaciones
pasadas; lo aceptamos, aunque contribuya a mantener nuestra codicia, nuestro
espíritu posesivo, nuestra ilusión. En esta ilusión no puede haber unidad ni
paz. La mera unidad económica producida mediante la compulsión y la
legislación, no puede poner fin a la guerra. Mientras no comprendamos la
relación individual, no podremos tener una sociedad pacífica.
Puesto que nuestra relación se basa en el amor posesivo, tenemos que
damos cuenta, en nosotros mismos, cómo nace, cómo actúa y cuáles son sus
causas. Al percatarnos profundamente del proceso que implica el afán posesivo,
con su violencia, sus temores, sus reacciones, adviene una comprensión que es
total, completa. Sólo mediante esta comprensión el pensamiento se libera de la
dependencia y del deseo de poseer. Es dentro de uno mismo que puede encontrarse
la armonía en la relación, no en el otro ni en el medio que nos rodea.
Al hablar de revelación propia, ¿quiere usted decir que uno se revela
ante sí mismo, o que se revela ante los demás?
Krishnamurti: A menudo se revela, efectivamente, ante los
demás, ¿pero qué es lo importante, verse uno mismo tal cual es, o revelarse
ante otro? He estado tratando de explicar que, si lo permitimos, toda relación
actúa como un espejo en el cual podemos percibir claramente lo que está torcido
y lo que está derecho. Provee el enfoque necesario para ver con precisión, pero
como lo expliqué, si estamos cegados por ideas preconcebidas, opiniones y
creencias, no podemos, por intensa que sea la relación, ver claramente, sin
prejuicios. En cuyo caso, la relación no es un proceso de revelación propia.
La cuestión principal que debemos considerar es: ¿Qué nos impide
percibir con exactitud? No podemos
percibir, a causa de las opiniones que tenemos acerca de nosotros mismos, a
causa de nuestros temores e ideales, de nuestras esperanzas, creencias y
tradiciones, todo ello actuando como velos para la percepción.
Sin comprender las causas de estas perversiones, tratamos de
alterarlas o nos aferramos a ellas, y esto crea más resistencias y más dolor.
Nuestro principal interés debe estar puesto no en cambiar lo que percibimos o
en asirnos a ello, sino en estar lúcidamente atentos a las múltiples
causas que producen esta perversión. Algunos podrán decir que no disponen de
tiempo para prestar una atención semejante, que se hallan demasiado ocupados,
etc., pero ésta no es una cuestión de tiempo sino, más bien, de interés.
Entonces, cualquiera que sea nuestra ocupación, en ella está el principio de la
percepción alerta. Buscar resultados inmediatos es destruir la posibilidad de
una comprensión completa.
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