miércoles, 27 de febrero de 2013

EL SECRETO DE LAS FLORES 1ª parte



Aportado por Mª Ángeles Bernal

Las almas de las plantas han permanecido en los “cielos”, con las estrellas. No han caído en la materia ni están envueltas en las pasiones. Son puras y sanas, es decir, santas, razón por la cual poseen la capacidad de actuar sobre las pasiones, instintos y violencias de las confundidas almas emocionales de los seres humanos y, tal como lo formulara Bach, pueden elevar la frecuencia de sus vibraciones.
 Antiguamente, los pozos, fuentes y riberas de los mares y ríos eran los umbrales donde se encontraban dos reinos, el reino húmedo y subterráneo del fértil regazo de la diosa de la Tierra y el luminoso reino del dios del Cielo. En estas zonas de transición aún se perciben fuerzas extraordinarias.

Aquí pueden verse ninfas, silfos y ondinas, y el ser humano puede establecer conexión con el “otro mundo” si mira larga y fervientemente la superficie del agua.
Estos lugares constituyen una brecha en la realidad cotidiana, ya que “no son ni esto ni aquello”, igual como los cisnes que habitan estos lugares no son ni aves ni serpientes, y su plumaje es blanco y brillante, como las túnicas de lino de los druidas clarividentes.

Los Sabios del Bosque y los Magos de las Plantas
Las energías etéreas invisibles se manifiestan en todas las formas y figuras naturales, desde los copos de nieve en forma de estrella hasta la simetría de las flores; en el microcosmos humano, dan forma a los pensamientos y a la imaginación. Durante siglos, los druidas celtas, los “sabios del bosque” (del celta, dru = árbol, roble; wid = ver, saber), fueron descubriendo estas energías en los bosques aislados.
Conocieron los caminos de los elfos; vieron que detrás de la materia aparentemente sólida se oculta una fuerza milagrosa en constante mutación, que puede ser transformada y aprovechada. Con el de fin de proteger estos conocimientos de los abusos, mantuvieron este saber “en el corazón”, recopilado en versos; en otras palabras, lo aprendieron de memoria (by heart) y se negaron a plasmarlo por escrito.

Con el tiempo, se fueron perdiendo en el olvido muchas de estas tradiciones orales. Sin embargo, el mundo de los elfos siempre se da a conocer de nuevo a personas de buen corazón y amantes de la naturaleza. Frecuentemente, se trata de personas sencillas, como la herbolaria de la selva negra, a la que durante una epidemia de peste se le apareció un pequeño gnomo del bosque que la puso al corriente del poder curativo de las plantas medicinales diciéndole:
“Comed bayas de enebro y pimpinela, así no moriréis tan rápidamente”.

En los siglos XX y XXI, también ha habido (y hay) algunas personas que, consciente o inconscientemente, han tenido acceso al mundo etéreo. Rudolf Steiner, que también estudió la tradición celta, habla en este sentido de “poderes creadores”. Entre otras cosas, elaboró preparados de plantas medicinales que siguen desempeñando un papel importante en la agricultura biológica, ya que constituyen remedios eficaces para las plantas y la tierra.
Edward Bach, el padre de la terapia floral, también tuvo acceso a las energías etéreas que actúan tras la apariencia material y sabía que las plantas las podían transmitir. Advirtió que las cosas del mundo material no son fijas, y menos aún las “enfermedades”. A pesar de que la terminología médica da la impresión de que se trata de cosas explicables, en realidad son manifestaciones en constante proceso de transformación. Las denominadas enfermedades no se pueden explicar desde un punto de vista químico-mecánico, sino que se deben a disonancias energéticas causadas por actitudes anímicas negativas y percepciones erróneas. Con este concepto, Bach rebasó los límites de la medicina académica de su tiempo. En lugar de recurrir a concentrados de sustancias activas obtenidos en ensayos con animales, apostó a los poderes del sol, del agua y de las flores, capaces de transmitirle al alma humana parte de la bondad del universo para volver a armonizar con él.
¿Dónde están el alma y el espíritu de las plantas? ¿Cómo se manifiestan? Si se busca en el lugar equivocado, no se puede encontrar nada. Al igual que no se puede llegar a comprender el comportamiento de una brújula si se estudia sola, sin relación con el magnetismo de la tierra, no se puede comprender el espíritu ni el alma de las plantas observando un único ejemplar, sin incluir el sistema planetario y el cosmos.
Las plantas no son organismos individualizados, emancipados de las circunstancias externas como, hasta cierto punto, es el caso del ser humano. Como seres vivos físicos, naturalmente están presentes en el mundo fenoménico y perceptible, pero todo lo que sucede espiritual y anímicamente en su interior –que determina su nacimiento y muerte- tiene lugar en armonía con el Sol y la Tierra y está influido por el movimiento de los planetas y la luna. Lo espiritual y anímico de la vegetación se extiende, por consiguiente, al macrocosmos, a lo metafísico. Su existencia no constituye un microcosmos, un ego aislado y privado como el ser humano. El alma de la planta permanece invisible, excepto para los videntes. Olvidemos pues los microscopios y aparatos de laboratorios y pongamos la mirada en el firmamento.
Las almas de las plantas han permanecido en los “cielos”, con las estrellas. No han caído en la materia ni están envueltas en las pasiones. Son puras y sanas, es decir, santas, razón por la cual poseen la capacidad de actuar sobre las pasiones, instintos y violencias de las confundidas almas emocionales de los seres humanos y, tal como lo formulara Bach, pueden elevar la frecuencia de sus vibraciones.
Por lo que se refiere a los animales, en cambio, se puede hablar de almas “encarnadas”, ya que manifiestan todas las emociones anímicas: simpatías y antipatías, miedo, alegría, odio, envidia, amor, etc. Los animales superiores producen su propio calor interno; por consiguiente, ya no dependen de la radiación directa del sol y, a diferencia del reino vegetal silencioso, expresan sus emociones internas mediante gruñidos, graznidos, bramidos y otros sonidos. Esta vida anímica interior se acompaña físicamente de los órganos internos irrigados por la sangre. La planta no forma órganos; no se convierte en microcosmos, sino que continúa siendo una superficie orientada hacia el mundo exterior, el cosmos. Los impulsos, que en el animal parten de los órganos internos y chakras, les son transmitidos a la planta por los cuerpos celestes. Todas las hojas están dirigidas hacia el sol.

Extractos del libro: “Flores que Curan el Alma”. Edit. Urano

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